me diferentes refugios donde guarecerme, pero terminaba siempre en la cocina, con Agustina, que se mantenía ajena a aquel complot en el que llegué a temer que tú también participaras. Y no sabes qué alegría sentí cuando comprendí que me había equivocado. Una tarde llegaste al jardín buscandome. "¿Qué haces?" "Nada --te respondí-- miro el agua de la fuente. No tengo ganas de hacer nada." "Pues animate --me