sigilo y vi que la pared tenía una cerradura y que lo que yo había tomado por una grieta era la juntura de una puertecilla construida por un maestro de obras poco escrupuloso. Apliqué el oído y percibí un murmullo. Poco me costó abrir la puertecilla y averiguar que encubría un armario empotrado repleto de trastos y polvo. Como de entre aquéllos seguía saliendo la cantilena, los aparté a manotazos hasta dar con el actor, que estaba en el suelo y en posición de ensaimada