en solitario, ajeno a la indiferencia con que la muchacha respondía a sus gestos y palabras de admiración, a pesar de exhibir ante él una coquetería mecánica y que quizás fuera la mejor de sus representaciones. Pero yo, como no tenía cabida enaquellarelación,melimitabaaobservarlesyveíacómo, por debajo de los detalles de seducción que ella dirigía a mi hermano, se entregaba en cuerpo y alma a otro juego muy diferente. Aún recuerdo con claridad la que fue nuestra