das cuenta. Hasta que un día, ¡sorpresa!, compruebas que las peores arrugas no están en tu cara, sino en tu cerebro. Y no digo el corazón porque ya ni te queda. EMILIA.- También esas arrugas son inevitables, hija. Y hayqueaprenderaconvivirconellas. ADELA.- Te detestas, pero no puedes escapar. EMILIA.- Siempre se puede. Tu próxima sorpresa será que también puedes escapar de la amargura.