y sujetando su maleta con una mano. Tú regresaste enfurecido, gritando por toda la casa. Ella se quedó entre nosotros. Esta vez venía silenciosa y taciturna y creo que se negaba a rezar por ti. Había adelgazado y sus ojos se habíanabiertodesmesuradamente.Yanocubríaconun velo sus cabellos y, por las noches, revoloteaba por la casa como un pájaro de mal agüero. Aunque nunca la quise, se despertó en mí en sentimiento desapacible hacia