de una clase de fugacidad que ya percibiera, sin entenderlo, cuando el tirante de una burda combinación resbaló sobre el hombro vulgar de una desconocida. Ella estaba apurando una decena de días solitarios y telefoneó. Aún faltaba media semana para queelmarido--otroantiguoamigo--regresara de su estancia de tres meses en la Universidad de Iowa; los niños acababan de partir hacia el Norte, a la casona de los abuelos; esos días eran semejantes al polvo en