el veinte de noviembre, el compositor sonreía bajo la peluca y movía penosamente los labios, como articulando las notas de su genial partitura. Al morir, en la misma hora y minuto en que los partes médicos oficiales anunciaban en Madrid el tránsito de su grotesco paisano, nuestro amanuense regresócabizbajoyceñudoasucasa.Llevabasiempre consigo una pequeña agenda en donde anotaba las direcciones y teléfonos de sus colegas y amigos y, en vez de tachar escuetamente, como solía, el nombre,