el alumno. Se llamaba Rugeroni. Era joven, atlético, pelirrojo, pecoso, de boca protuberante y dientes mal cubiertos por los labios. Tomaba clases para preparar las materias en que lo habían aplazado. Aunque no fuera buen estudiante, el profesor sentía afecto por él.Sinproponérselotalvez,habíanpasadodeuna relación de profesor y alumno a la de maestro y discípulo. --¿Para qué salir? --preguntó el maestro--. Los días son tan cortos que apenas alcanzan para pensar,