a la sien mientras el médico empezaba a decir que ciertas lecturas estaban viciando la imaginación del niño. El abuelo le interrumpió con una blasfemia, ¡no eran los libros sino sus pócimas las que le estaban viciando!, y el doctor, indignado, cogió su sombrero ysemarchósindespedirse,farfullandoentredientes incomprensibles protestas. Desde el pasillo, el abuelo, violento con violencia de príncipes, le gritó que nadie sino él decidía lo que su nieto podía