en la visión momentánea de aquellos dos párpados blanquecinos o de aquella sonrisa apagada descubrió con tristeza la memoria lejana de la dulzura. Por la tarde Carlos le dijo que su abuela quería verle. El negó con la cabeza, mirando el suelo, y fue entoncescuandoleoyórecitar: «... de pronto su arma hundióse hacia adelante. Se oyó un grito de dolor. Las hierbas del suelo se inclinaron. No, no fue el viento lo que las