de su cromático aparato. Sólo aprovechando el profundo desconsuelo que había invadido a la abuela pudo Mercedes introducirla en la casa. Le pasó un trapo mojado por la cara y las piernas, exclamó qué horror, cómo es posible, ysemetióconellaenelbañoparalavarladearriba abajo. Cuando la hubo instalado en la cama que había sido la suya y de su marido, el abuelo, procedió el médico a examinarla. Media hora después