de cuatro estaciones. O, si lo prefiere, elegir el andén inferior de Pont de Sèvres, bajar en Franklin D. Roosevelt, zigzaguear entre los mosaicos, pintadas y anuncios de un largo pasillo, aguardar la llegada del convoy en el que quizás un siniestroargentinocanturreaunamilongaacompañandose con la desabrida guitarra. O, puesto que dispone de tiempo y, por algún motivo particular, la línea de Pont de Levallois secretamente le atrae, abandonar el vagón en Havre-Caumartin