con una cuchara inmensa y que cada bombilla era la cabeza del abuelo. Nada había que le doliera tanto como imaginarla desafiándole o insultandole. Llegó a pensar que el malvado Storitz la utilizaba, la estaba manejando, pero lo que en realidad ocurría era que ella no habíaaprendidoacomprenderalabuelo.Así,mientras Onésima le contaba lo de los cubiertos de plata, Mercedes no cesaba de repetir con severidad que había que acabar con aquello, que no podía volver a