el juego sin el menor escrúpulo, no se había detenido siquiera a rechazar las hirientes confesiones hechas para humillar al amigo muerto. Porque, en el fondo --tuvo que admitirlo--, estaba de acuerdo. También él podía haber reconstruido la desmañada estampa del muchacho que todoloaprendióconellosdos.Genovevahabíahablado en las claves de un código que él creía olvidado, y había caído en la trampa. Pero no era más que eso: una trampa. David estaba por encima de aquella crítica mezquina.