al extremo del telescopio para ver si recibía respuesta y sólo capté un sobrecogedor silencio sideral. Volví a mirar y advertí que el satélite llenaba ya todo el círculo con su mortífero fulgor. --Estamos perdidos --dije. Abatido y desesperado, pero resuelto a no claudicar sinlucha,regreséalcuadrodemandos,mesenté en un taburete giratorio y me puse a mover ruedecitas, a tocar clavijas y a meter alambres en todos los agujeros que no estaban ocupados. La Emilia