tus costados. No he podido doblarlo ni quitarle el polvo por miedo a que no recupere su forma inicial y me quede yo con un hilacho entre las manos. Entonces sí, me sentaría a llorar. La tela rugosa meacompaña,lehablo.Cuántasmañanasheregresado al estudio y gritado: "¡Diego! ¡Diego!" cómo solía llamarte, simplemente porque desde la escalera atisbo ese saco colgado cerca de la puerta y pienso que estás sentado