espanto que a ella parecía perturbarla. A veces, sólo al recordar sus palabras, lloraba amargamente y evitaba encontrarme con ella. En más de una ocasión la odié abiertamente. Aunque, al mismo tiempo, la admiraba y sentía una gran dicha cuando a ella, alregresardealgunacompraopaseoenlaciudad,sele ocurría darme un beso. Recuerdo con especial nitidez aquellos besos suyos, unidos al perfume que la envolvía, al tintineo de sus pulseras, a la suavidad de sus pieles y a