llegaban hasta casa, sin que tú salieras nunca a saludarlas. "¡Nunca va a la iglesia. Es ateo y malo. Se va a condenar!" Y me pareció que aún quería añadir algo más, pero no me detuve aescucharla,niladejéescaparcorriendo,comoella pretendía. La zarandeé, agarrandola violentamente por los pelos. Ella intentaba defenderse. Yo no sentía sus golpes. No sé quién tenía más fuerza, pero, sin duda alguna,