le los pinchos a la niña. Pretendían embadurnar de aceite para que salieran mejor. Sentí entonces que para toda la gente de este mundo Mari-Nieves siempre tendría la razón. Después de aquel día, mamá ya hablaba abiertamente de que yo constituía una desgracia inevitable para ella. Recuerdoqueempezóentoncesuntiempolargoymonótono que parecía haberse detenido en actitudes eternas. Todos, incluso yo, que era una niña, nos repetíamos día tras día. Cada uno tenía sus propios ademanes y palabras. Y,