nuestros pies en el barro siguiendo el curso del río. Caminábamos uno tras otro. Bene, en el medio, se entretenía pisando las huellas de Santiago que avanzaba solitario, como si nos hubiera olvidado. Yo me sentía cansada y tenía la impresión de que la excursión nohabíaempezadotodavía,apesardequeya estábamos llegando a los eucaliptos. De pronto, mi hermano se volvió para ofrecerse a llevar la cesta de la merienda, como si hasta aquel momento no hubiera reparado