en una casa grande y aislada que distaba unos tres kilómetros de la ciudad. Yo no dejaba pasar ninguna oportunidad de salir al exterior, pues estaba cansada de apostarme en la cancela y, a través de sus barrotes, contemplar la carretera, casi siempre vacía.Allífueraempezabaelmundo,dondeyoimaginaba que podrían ocurrir las cosas más extraordinarias. Claro que sólo conseguía ver las manadas de toros que pasaban con frecuencia, levantando una nube de polvo que los