no había dejado de mirarme con expresión un tanto alarmada, empezó a cerrar el cristal de la ventanilla mientras decía al fulano que se sentaba al volante: --Pisa a fondo, que ahí viene. Por un pelo pude meter el maletín por el resquicio queaúnnohabíacubiertoelcristalyempañar éste con mis jadeos. Caí al suelo derrengado y aspiré allí los malsanos gases del coche, que a la sazón se desvanecía entre el magma de autobuses, motos