telo de pegarle. Pues Juana se revestía en momentos así, siempre que se negaba a revelarme algo, de una gravedad que me irritaba. Su rostro adquiría un aire trágico. Era como si desde muy lejos se le hubiera impuesto la sagrada obligación de ocultarme algo. --¡Estás mintiendo! --le grité irritada. No estaba dispuesta a permitirle que me tratara como a una ignorante en un asunto en el que, indudablemente, yo era