único equipaje. A mi lado, tía Elisa se mantenía rígida, ahogando, por algún motivo que yo entonces no alcanzaba a adivinar, su agobiante necesidad de hablar siempre, en cualquier momento y situación. Pero el tenso silencio que impuso durante el trayecto no parecía incomodar a Bene. En realidad, creo que ésta la ignoraba o, más bien, pienso ahora, fingía ignorarla. Ya entonces presentí que existía entre ambas una clara enemistad. Cuando llegamos a casa,