en el colegio ya fui capaz de hablar o, más bien, de balbucear alguna que otra palabra como respuesta a cualquier pregunta indiferente. Pero ¡qué importa ya todo aquello! Ahora casi me alegro. El silencio que tú nos imponías se había adueñado de nosotros, habitaba en la casa, como uno más, denso como un cuerpo. Aprendí a vivir en él y sería injusto no añadir que si he llegado a conocer alguna felicidad real ha sido precisamente en el silencio