?" Yo no supe qué responderle, pues sus ojos se humedecieron de lágrimas y tuve la impresión de que no me escucharía, como si ya nada importara tu último aspecto. Y, para romper aquel silencio lacrimoso que ella imponía, le dije: "¿Era de mi padre aquella careta?" "¿Qué careta?" Y después de unos instantes recordó. "¡Ah! sí, claro. Era suya." Y me contó que la habías