volvió Santiago. No sé cuántas veces había salido yo a vigilar la carretera. Le esperaba atemorizada, adivinandole a lo lejos, esposado entre dos guardias civiles. Pues tía Elisa, al no poder localizar a nuestro padre, había notificado su huida a la policía. Al descubrirle de nuevo en casa, salvado de todo peligro, le miré sorprendida y emocionada. Me pareció un soldado cualquiera que regresaba, derrotado, de una guerra que no le concernía. Subía la