enseguida me preguntó por ti. "Está bien", le dije yo entonces, mintiendo pero deseando que fuera verdad. "¿Ha venido contigo?", añadió intentando sonreír. "No", le respondí secamente. Se marchó y yo quedé asombrada de su belleza, pues no parecía venir sólo de su rostro ajado, sino de muy adentro, de algún lugar de su interior que, sin duda alguna, se había salvado del tiempo. Un día le pregunté