le y las muñecas, que me columpiasen dos o tres veces y que me lanzasen por los aires. Aterricé en la rosaleda y con tanto acierto había elegido el comisario Flores la colocación, la distancia y la parábola, que de poco aplasto a Pepito Purulencias, que seguía con su cubo y su nartillo persiguiendo cucarachas. --Perdona el susto, Pepito --le dije incorporandome y tratando de arrancarme de las carnes los espinos que al caer sobre los rosales se me