Hice, pues, un denodado esfuerzo por alejar lo que a todas luces era una alucinación y regresar, no sin renuencia, al mundo tangible, por el que, con todo y haberme sido siempre ingrato, siento un apego rayano en lo obsesivo. Cuál no sería mi desencanto cuando al entreabrir los párpados vi a menos de medio palmo de mi nariz un rostro de mujer que se me antojó hermoso y que me observaba con expresión anhelante. --Esta vez --murmuré