vi al cabo convertido en un soldadito de plomo, salvo por el capote, que se arremolinaba movido por el vendaval que levantaba el helicóptero. Pronto la niebla que nos envolvía lo sepultó y ya no vimos nada hasta que nos hubimos alejado y pudimos contemplar un cielo límpido y estrellado. Era aún noche cerrada cuando llegamos al despacho del comisario Flores, en la vía Layetana, tras haber aterrizado sin novedad en el aeropuerto y haber sido conducidos a jefatura en un coche patrulla que