gracias al inflacionario hostelero y sin más dilación emprendimos la marcha. Al principio las cosas no fueron del todo mal, porque la pendiente era suave y la visibilidad relativamente buena, pero poco a poco se fue haciendo aquélla más pronunciada y cerrandose la niebla. Empezamos a darnos morrones contra los árboles y a tropezar con piedras y raíces y a meter los pies en hoyos y fangales. Afortunadamente, las blasfemias que íbamos profiriendo los tres a cada rato impedían que nos distanciáramos