sería un mundo en el que las almas guardarían con respecto a su hacer y padecer un modo y una forma de deliberación e independencia comparables con los que en el teatro disfrutan los actores con respecto al papel que representan al texto que recitan y a los hechos que fingen. La luminosa idea calderoniana de que, en la utópica ciudad del albedrío emancipado y llevado hasta su plenitud, la existencia tendría que ser sentida y enfrentada como ficción y representación hubo de ser magistralmente recogida,