a sus hijos al servicio de Dios y de la Patria, y los hijos no tienen derecho a vivir su vida, sino a que su vida sirva para algo. Aunque un sector del país donde se escribían artículos como éste pudiera avergonzarse de leerlos, se seguían escribiendo con el beneplácito del Gobierno, incluso cuando ya estábamos a punto de pactar con el oro yanqui, por muy judío, ateo y masón que fuera. Eran como los coletazos de un camaleón herido