a enervarse mientras ella continuó su exposición allá donde el guarda la había abandonado, para negar en bloque todo el pasado y para hacer un enfervorizado canto al futuro, «a la nueva sociedad del futuro». Marescu no tardó en replicarle para decirle que sólo en lugares como aquel en el que se encontraban, el país podía hallar su «curso perdido»; que desgraciadamente en la sociedad con que Adriana soñaba el pasado no era un ejemplo fertilizador sino «la