No tardó en darse cuenta de que alguien le seguía. Oía perfectamente el crujido que producían las ruedas de una bicicleta sobre la gruesa capa de hojas secas y comenzó a acompasar su marcha a aquel crujido. Pero no se volvió. Sentía que si disminuía la marcha o si se detenía para arrojar alguna rama seca al río, también se atenuaban los crujidos, o cesaban. Jano no dudó que era Betina quien le seguía. Aceleró el paso hasta una de las curvas