le subyugaba por su bella insistencia. Creyó hallar en aquella música el punto medio que las posturas de Adriana y de Marescu no le habían proporcionado. Al final, cesó la música y --dormido profundamente su dueño-- el disco continuó girando locamente, no se detuvo, mientras producía un sonido monótono y estridente. Jano creyó presentir (y reconocer) no sé qué extraños augurios en aquel sonido roto que el disco repetía incesantemente. La melodía armónica y perfecta había sido sustituida en