haya sido capaz de arrancarse la venda de los ojos, no lo sea de renunciar al atributo de su propio carácter que más la enorgullece y justifica: el de mujer romántica. El calificativo de romántica, por mucho que intentaran descargarlo de su magnificencia las sensatas llamadas a la realidad de los consultorios sentimentales, nunca llegó a convertirse en un estigma para la mujer. Invocaba los motivos de índole más diversa para adjudicárselo, y lo esgrimía como una noble