se bailar como a la protagonista número uno de la fiesta, sin ver a ninguna otra. Le diría, por ejemplo, «Te rapto para mí», como Felipe Arcea a Sol Alcántara en la novela Vestida de tul, literalmente devorada por las jovencitas de postguerra. Aunque, para ser justos, hay que reconocer que las mejores páginas del texto, anteriores a este éxtasis, son aquellas en que Carmen de Icaza deja constancia de la banalidad general de las conversaciones masculinas