menos los dos últimos; el Macao bien podía irse al diablo sin ellos. El parquecillo era una especie de glorieta escondida, un disonante toque de encanto que le distrajo de aquel barrio desprovisto de gracia y espacios acogedores. Estaba rodeado por un seto bajo bien cortado que envolvía algunos arriates aún con flores y tres plátanos frondosos, todo ello embutido en el triángulo formado por dos muros cortados en ángulo y la propia calle; apoyado en uno de los muros, un armazón