a observar, tarde tras tarde al despertar de la siesta, con fascinación, aferrandose al bocadillo de pan y chocolate. Miraba inexpresivamente y masticaba; el viejo se percataba removiendose, tratando de ocultar su gesto. El niño giraba con él, bordeando el tocón rodeado de astillas para observarle con su fijeza inexpresiva, masticando; el viejo le odiaba y el odio segregaba agüilla en sus ojos. Acercó la mano a los ojos con gesto de cegato; después lamió