me varios días le sobresaltó con frecuencia la posibilidad de un encuentro casual con el viejo camarero y cada vez que esta expectativa aparecía en su mente bajaba la cabeza y apretaba el paso; poco a poco, sin embargo, la expectativa fue alejandose hasta hacerse imperceptible mientras crecía en él una curiosidad que se hizo morbosa; tanto que un buen día --ya bien entrada la primavera-- decidió dejarse vencer por ese morbo que había reemplazado a sus precauciones y merodear por