su brazo derecho. De su figura se desprendía tal desamparo que deseé correr tras ella y ofrecerle la poca protección que yo pudiera darle. Pero alguien se me adelantó. Era Santiago. --¡Esperame! --le gritó. Cuando la alcanzó la cogió con energía de un brazo y la obligó a correr a su lado. Parecía que era él quien se la llevaba de casa. De su otra mano colgaba una maleta, señal inequívoca de que su marcha