No me dijo que no y en esa imperfecta esperanza volqué la voluntad de curarme. Parecía indudable que me había ido bastante mal en el examen clínico, pero cuando salí del consultorio no sabía qué pensar, todavía no me hallaba en condiciones de intentar un balance, como si me hubieran llegado noticias que, por falta de tiempo no hubiese leído con detención. Estaba menos triste que apabullado. En dos o tres días el remedio me libró de la fiebre. Quedé un