le de escandaloso, como todo favor comprado. Porque la Iglesia española iba a recibir un tratamiento privilegiado como en pocas etapas de su historia, a cambio de que el poder público, aun declarando de manera ostentosa seguir sus directrices paternales, impusiera una condición: la de que no ocupase sede episcopal alguna un solo obispo sospechoso de abrigar tendencias opuestas al Régimen. No parece que esta megalomanía e injerencia en asuntos de competencia ajena hiciera mucha gracia al nuncio Cicognani ni al propio Pacelli