que rebasaba los límites de la moralida para incidir en otro campo tanto o más digno de defensa: el de las esencias mismas de una feminidad que había de ser cuidadosam delimitada. Todavía en los años sesenta, cuando ya se había impuesto este atuendo por su comodidad, coleaban las diatribas que se negaban a admitirlo. Y es muy interesante reproducir algunas de las razones invocadas. Ante la extensión cada vez mayor de los pantalones femeninos y ante la importancia que reviste este fenómeno