sela pares de ojos al acecho de su desenvolvimiento; seguir mirando con la misma ilusión al novio «que ya te tenía segura» que al joven consumido de zozobra ante el obstáculo. Y algunas chicas «noveleras» de postguerra tendían a alargar a propósito aquel período anterior a conceder el «sí», le daban coba, lo saboreaban. Porque solamente durante ese plazo intermedio entre el sueño y la realidad se sentían dueñas de su destino, libres de elegir o dejar