La Codorniz. Daba mucho pie. Le ponía a uno en la órbita de la disensión con su humor desorbitado, que a lo que invitaba precisamente era a disentir. En el seno de una sociedad progresivamente despolitizada por puro hastío y condenada a asentir, las polémicas sobre La Codorniz, que a veces alcanzaban un tono realmente virulento, servían de desagüe verbal al ardor de una juventud para la que estaba vedado otro tipo de discusiones más serias. Por fin podíamos quebrar el «