pequeñita a la que ya observaba con disimulo cuando ella se desnudaba y él tomaba distancia con cualquier pretexto; poco a poco lo hicieron costumbre; se excitaba extraordinariamente y ella fue paulatinamente alimentando un exhibicionismo dentro de sí que cuando afloró les produjo a ambos un sentimiento de vacuidad tan intenso como la perversidad de aquella noche prolongada y audacísima. Su relación se diluyó pronto y él mantuvo la norma de solicitar el desvestimiento, más bien por ceremonia que por vicio. Desde aquella noche él