ya tuviera ante el día en que, impensadamente, arrojó al fogón de la cocina el devocionario de primera comunión la noche anterior al día en que debía tomarla. Lo cierto era --y esto lo recordaba muy bien-- que deseaba fervientemente hacer la comunión, pero fue un impulso incomprensible el que le llevó a condenar al fuego aquel símbolo celosamente guardado para la ocasión como el traje o el rosario de cuentas nacaradas, y tan difícil de reponer en cuestión de horas;